martes, 3 de junio de 2008

CENTRO DE LIMA: EL INFIERNO EN "EL AVERNO"

El texto que sigue -un mensaje que me ha hecho llegar el poeta Juan Cristobal- no necesita mayores comentarios. Este es el clima que alguna autoridad delirante, en el Perú, está creando por su cuenta, o bien mandada, con el objetivo supuesto de sembrar en el espíritu de los peruanos la idea de que hay gente que trabaja por su seguridad, por la paz, por el orden... Y, ¿qué hace esta autoridad? ¡Pues envía pelotones policiales a sembrar el desconcierto, la violencia y el amedrentamiento en los bares y centros culturales que frecuentan los poetas! Esta autoridad, menudo favor le está haciendo al poder, o a los poderes, que cree servir.

¿QUE ESTÁ PASANDO EN EL PERÚ?
¿POR QUÉ AHORA LA POLICÍA SE DEDICA A HOSTIGAR A LOS POETAS?

TESTIMONIO DEL POETA JUAN CRISTOBAL SOBRE LOS SUCESOS DEL VIERNES 23 DE MAYO 2008 EN EL CENTRO CULTURAL "EL AVERNO", EN EL CENTRO DE LIMA.

Días antes del suceso, hablando con Jorge Luis Roncal, del Gremio de Escritores, le planteé que en el particular momento que vivimos debía haber una coordinación entre las instituciones culturales, en torno a puntos concretos y de manera horizontal.
Le sugerí una reunión con el Pen del Perú (que preside Tulio Mora), con los Viernes Literarios (Juan Benavente), antes de ver a otras agrupaciones. Roncal aceptó mi propuesta, por lo que pedí a Tulio y a Rosina Valcárcel que nos reuniéramos para informarles de la idea y para formular una propuesta. Lo mismo hice con Benavente.
Acordamos con Tulio y Rosina reunirnos ese viernes a las 5 pm en casa de Rosina, quien finalmente, por razones familiares, no estuvo disponible, por lo que Tulio planteó la postergación de la cita.
Aún me quedaba la posibilidad de ir al centro de Lima a buscar a Benavente. Mi interés surgía de mi convicción de que una coordinación cultural, de llegarse a un acuerdo, sería algo importante para todos.
Ubiqué a Benavente y conversamos un buen rato. Al final, después de preguntas y respuestas, estuvo de acuerdo con la posible y futura reunión. Al salir nos encontramos con Teófilo Gutiérrez, con quien también dialogamos, antes de dirigirnos a El Averno.
Sabía que en semanas anteriores, en El Averno había habido dos intervenciones policiales, por lo que quería saber cómo se habían dado los hechos. Mi intención era conversar con algunas personas al respecto. No sabía que también yo iba a ser testigo. Me encontraba en el local ya una media hora (serian las 10.15 pm) cuando llegó un grupo de unos diez policías amenazantes. Curiosamente, también había gente del serenazgo del Municipio de Lima, igualmente en postura agresiva.
Al comienzo la gente de la puerta les impidió la entrada, pero finalmente la dotación policial entró por la fuerza. Vi como agredían al gerente del local y a su esposa, a quienes hasta esa noche no conocía. Frente a esto, intervine y me enfrente a los policías, quienes también me agredieron a varazos. Luego echaron varias bombas lacrimógenas al local, que, por ser pequeño, se volvió una trampa asfixiante. Si se suma a ello que yo soy asmático, el resultado del "tratamiento" fue que caí en un aturdimiento temporal. Felizmente alguien me retiró del lugar y me embarcó para mi casa. Este es mi recuerdo.
El balance físico es arduo. La recuperación me dura hasta ahora. Pasados los dolores abdominales del principio, que fueron intensos, así como el de las costillas, lo que más me está durando es un cuadro rinofaríngeo. En cuanto al balance político, está por hacerse.

sábado, 3 de mayo de 2008

TULIO MORA, TOLEDO Y 3 POEMAS

EL PAGO DE LA REPARACIÓN Y LOS ÁNGELES

Me escribe Tulio Mora, el viejo amigo, el primer condiscípulo que se me acercó en la Ciudad Universitaria de San Marcos, en aquel abril de los cachimbos de 1967. Él venía de Huancayo, yo del norte. "¿Tú escribes, no?", me dijo y me llevó a conocer a José, a Elqui, a Oscar, a Ana María, a todos los que ya conformaban por entonces el proyecto de la revista "Estación Reunida", que luego sería nuestro club implícito de bohemia adolescente, más que grupo.
En los años siguientes, Tulio adhirió a "Hora Zero" y se convirtió en uno de sus puntales, al tiempo que se dedicaba a sus diversos proyectos de promoción cultural.
Nada de esto le ha impedido una permanente participación y vigilancia cívica.
Me escribe unas líneas a propósito de una información, fechada en Berlín, según la cual el presidente Alejandro Toledo habría desechado una ayuda del gobierno alemán que le habría permitido empezar a pagar la reparación a las víctimas de la violencia, tal como lo recomendaba la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Dice Tulio:
"Yo trabajé en su gobierno y me jacté de que el mismo fuera, aparte del de Paniagua, el único que mantuvo el respeto a los derechos humanos y de que él se marchara sin sangre en las manos. Hubo sólo dos muertos durante su gestión: el alcalde de Ilave y un estudiante universitario, también en Puno, pero esto último le costó el cargo al general que sacó a la tropa.
Sería realmente lamentable (la información sobre la ayuda alemana, nota mía) y hay que sacarla a la luz para desenmascararlo".
Pasando a su trabajo literario, Tulio me alcanza tres poemas inéditos -formidables, a mi juicio-, que están dedicados al poeta puneño Carlos Oquendo de Amat, "el ángel detrás de la lluvia", y a dos amigos comunes nuestros, al querido José Antonio Ríos, "el ángel turbulento", y al poeta infrarrealista mexicano Mario Santiago, "el ángel en las pelusas de la noche". Los comparto con los lectores:


ÁNGELES DETRÁS DE LA LLUVIA

Tulio Mora

Pues muertos están los ángeles y ciego se quedó el Señor.
Paul Celan


CARLOS OQUENDO DE AMAT
EL ÁNGEL DETRÁS LA LLUVIA

Yo sé que tú estás esperándome detrás de la lluvia.
C. O. A.
En ese sueño Oquendo mira tras la lluvia su tortura. Lo visten
de overol y encogido en un barril emite el suspiro más horrendo.
Tiene el agua que lo enturbia rencor de ladrillo y pasadizo,

los cables desprenden un arco voltaico entre sus plumas,
el agitado relumbrón de la lámpara duplica las plegadas alas
sucias de abono y melancolía. Crece bajo pan de estrella

un llanto de tuba, muecas de martirio, silencio impío. El ángel
se sale de su funda, entra en el dolor de Oquendo, le borra
la flacura como borra el contacto de tu cuerpo la marca del jabón.

Luce ahora terno gris -Oquendo, o sea el ángel- y al pie del lago
baila tangos. Hay en ese asomo de sonrisa un mapa que siempre
lo conduce a dormir en la vacía banca de una iglesia, a una batalla

de pistoleros en la frontera, a los plátanos de una danza erótica
que la ballerina arroja a la platea y Oquendo, el ángel demacrado,
los devora. Flores en la balanza pesan lo que su limbo entero,

moretones en la piel y la tos manchada, tos de cueva, a escondidas,
de vergüenza pura. La madre bebe ron de quemar o trementina,
se frota la sortija, tizas (o plumones) de colores decoran la pizarra:

palabras de incontenido ardor, lo que se mira es lo que se piensa
es lo que se siente, un paisaje sentimental. El ángel vanguardista
calza de lejos. Poemas son avisos comerciales: con sus tubos

rojos, en lo espigado de la ciudad, anuncia elefantes ortopédicos
y caen manzanas del bigote del aviador. Sólo por el afecto de trazar
itinerario a la ironía, imagina al mariscal Benavides en el teléfono:

¿qué diámetro desea para su barril? ¿Cuántos kilovatios toleran
sus indefensos testículos? ¿Ha pensado en un desodorante mientras
lo cuelgan en el potro? Ademanes ascendentes, toses de ocasión

y vocación. Si riera el ángel cuando menos podría Oquendo
perdonar a Oquendo. Algo cae de sus brazos: el padre, bellísimo
en su intransigencia, contempla al obispo del Ku Klux Klan

que convoca a las mesnadas y brilla la casa del doctor afrancesado
con hachas de fuego feudal. Esa madrugada le viene a la memoria,
viento atracado en la zampoña, resuellos de carrizo apuran

la fuga familiar. El padre: lo dejé en la ventana, la madre: su foto
era un intento de suicidio, los amigos: no era un ladrón de frutas
pero estuvo a un pelo. Y ¿tiene usted una vara de eucalipto para

escribir en las arenas claras esa confianza de salir de la prisión
ni delator ni delatado? Los que fueron a su tumba: el cantinero
derramó, sobre una torre de copas de champán, la cascada

mineral que bebimos en su honor. Muy Oquendo, muy virrey,
un comunista señorial sin cama y con el pulso de esos pasajeros
que viajan colgados de sus caligramas. Una mirada (muy francesa)

remedando y remendando el mundo. Habría que salir del polvo
de sus tizas de colores para comprender ese consuelo de arquitecto:
grandes avenidas, bocinazos, alegría aun en policías de un azul

apuesto. Lo moderno, nuestra mierda nacional, royéndole los pocos
bronquios, el poco dedo que rozó las teclas de la máquina
Underwood. Y lo tangible, lo medible, lo pesable: 5 metros,

por ejemplo, es la extensión del traje que ocupó siempre a deshora.
El ángel que ahora bañan, tan Oquendo como el patio donde
una muchacha prende un cine, un cisne en su mejilla, pasa en limpio

sus poemas en papel japón. Llueve siempre, llueve inmaterial, pero
ya no llueve limpio. Y a gritos se derrama en la ablución punible.
Ser casi de verdad, castigo en tanta ala, comedor cansado

en plato de brisa. Un testigo: bueno, uno es peruano y tiene
su accidente policial, ¿qué Oquendo no es un ángel a la hora
de mostrar sus documentos? Y sin embargo se pinta golondrinas

en las cejas, se toca el pulso, registra los grados de la fiebre,
cuida sus esputos. Papelitos impecables, servilletas de lujoso hotel
doblados con esmero se llevan la escritura del pulmón ferido.

Una enfermedad de siglo, agrega el mariscal, una cifra, asiente
con una reverencia escoria obispo, que ya catorce mil Oquendos
pasan por el mismo pasadizo antes de leer poemas acéntricos.

Cierto, algo nos afilia a su mueca compasiva. Hay en el ángel
con anteojos rayos láser una mirada que picotea en el futuro,
eso es poesía acéntrica, la ciudad de letreros invertidos: prohíbe la tristeza,

en el hotel del Grito repinta el fajín del horizonte, lee con prisa
los diarios del año 2100, ¡un doctor, un doctor! (llama a su padre),
receta píldoras de mar y riega a la luna en la maceta. Construir otro

cielo, qué tal locura modernista. Usted dirá, ¿por qué no?, era un poeta,
¡está mintiendo!, grita el prefecto de Arequipa con su diente de oro,
¡nombres, nombres!, las oxidadas paletas del ventilador dan rienda

a su concierto. Pasemos del barril a Puno, a esa foto donde baila
el tango de su última sonrisa. No ha regresado allí desde
su infancia, padre/madre, la heredad en latas de humo, nada

ha quedado, salvo avispa obispo, el futuro salta cojo entre los surcos.
Su primo: reía en un chorrito, la novia junto al auto: le gustaba
conversar con viejas lavanderas, un soldado: lo andaban persiguiendo

desde Oruro. En esa danza va en arcángel a espantar al diablo
macho, al diablo diablo, craneando descolgar sus tizas,
remojar al sol en una frase de ríos bondadosos, recordando

al cronista policial que obsequia al carterista la ternura del apache
y a Tom Mix la cabalgata recia en auto patrullero. Otro aviso
comercial: relojes anudados a despreocupadas rosas y cae, cae, cae

el ángel del piso 25 y en todas las ventanas Oquendo lo despide
casi feliz, casi perdiz, al alquiler de la mañana, en vals de trenzas,
de tarjetas, de nostalgias. Y Mary Pickford besándole los ojos.

¿Era feliz?, se disculpa el mariscal, ¿era lombriz?, mete su cuchara
escombro obispo. Pero entonces lee la carta: otra muerte, otro
padre, otra tos que resbalar por los pañuelos perfumados del salón.

Suena el fox-trot en esa mancha sin sílabas que brota de su sangre.
Padre, se repite, viendo la foto del sepelio, los números de Amauta,
la silla de ruedas donde lame un gato la sombra de Mariátegui.

Quizá el otro ángel amputado lo vio con ojos nuevos, atado a las rejas
de un jardín de espejos. ¿Oquendo?, cuídese esa tos, deje a los obreros
con su gorra a cuadros capturar el cielo, concluya usted el verso

que dejó colgado en la falda de las chicas. Pero ya caen al barril pumas
e indios con sus botas de oro, la madre con su nombre lento y sus músicas
humildes. El ángel de la lluvia cruje, Oquendo entra al sueño verdadero.



JOSÉ A. RÍOS
EL ÁNGEL TURBULENTO

Los voy a buscar hasta el infierno.
J. A. R.
Al ángel turbulento la noche le parece residir
al interior de una botella rota. A sus 20 años
él y los ángeles cuatreros ya se pintan con el rojo

bandera de las emboscadas, en forros de dudosa
referencia a dogmas que acumulan capítulos
de muerte, pichones de la hoguera donde -esa es

la artera partera de la innoble gloria- más arderán
en masa, en mesa de naufragios, en misa de labios
arrancados. Malos sueños, rabia desvestida,

postergaciones del deseo bajo amenaza
de una clonación del tiempo pervertido
contra inclementes profecías. Un auto

se marchita en esa luz de menta donde las armas
pesan lo que ausentan, fogonazos y sorderas,
la cremación en grandes hornos industriales.

Una sola certeza: el ángel del abismo, de idioma
fronterizo y arrojado a la ambigüedad,
por puro instinto huye por zaguanes hacia atrás

donde ya todo le ha ocurrido. Nadie más
turbio que él, murmulla él de sí en el aire
enrarecido por los grillos y el verano yendo

por ese torbellino hacia las cuentas pendientes
que se arreglan, como en el cine, con disparos y falsos
pasaportes. Al bronco alborotado el minúsculo

montón de cálidas coartadas y esas mañas
sin mañanas que se pesan por atroz revelación.
Planos de bancos asaltados, tiroteos en playas

pedregosas, épicas que atizar con disolvencias
de luz, desasidas crujen las bisagras de la historia
y no pasan más los pájaros por su cielo de agua

tibia -si es que tiene cielo- donde él sueña reposar
con mancebos mondados y montados. Corvas dunas
del insomnio siempre similar, como dos gotas

de ron, se piensa de quien grito y garabato
escribe de la bruma cuando da con su memoria
condenas de sí solo, saliendo al mundo

como de una madriguera. Un perro terminal.
Con mano que acaso acariciara sus propias
perforaciones de la fe, y no este anticipo

del gran río de una tragedia inacabable,
en descampado incendio traza el círculo virtual
de la zozobra: ¿apenas somos la copia desgastada

de un mismo rencor? ¿Lo que quisiéramos
precipitar tiene una sola derrota y todas las traiciones?
¿En qué volcán recién parido ahogaremos al sol

del exterminio? El ángel turbulento mira de reojo
la última acuarela de Lima, extraviado en afilado
rayo y sabiendo que asiste al entierro del futuro.

Por eso petardea al luto de la madrugada
decorándola con el destello de una estrella
delatora. A él, el ángel turbulento, de pellejo

duro y ronquera del infierno, a él y los otros
gavilleros de aromados sobrenombres
que en el mapa de las conspiraciones pretendían

degollar al animal destino, los prendedores
del peor remordimiento. ¿Así todo arrancó, así todo
mancó? Claro, aún puede decir -pero ahora está

en Varadero escurriendo en el cuerpo de arena
de un miliciano una afrenta inmerecida-: si escarbo
hacia adelante más muertos danzan y no los lloran

ni la lluvia del reposo ni el responso de la revolución.
Solitario de todas las cantinas, de risa desbocada
y apacible furia que jamás lo desocupa

destrenza de las eras proscritas inocencias. Un ángel
de esquina alerta ante las cercanas ululaciones
de patrulleros y redadas. ¿Enero? Siempre fue enero

para él, leal a toda despatriada sombra. Así quedó
bajo nubes mariconas, asolapadas en la eterna sospecha
pero siempre de intacto júbilo y con toda su fragilidad

salvaje. Ya en París, muchos años después,
con la tribu de los saqueadores del barrio XVI,
se reconocería el inquilino travestido de Polanski

borroneando la imagen de la misma noche:
filósofos de ironía comedida, abogados de crispados
laberintos, poetas renegados de nostalgia, con ellos

traspirando invariables pesadillas. Todos duraron
lo que ya se está muriendo, yéndose por el mismo
callejón con los ariscos a ese punto en que el espejo

lame el océano de otra sangre. Lo veo inmóvil
en esa secuencia de un poste resplandeciente
de polillas donde el gángster se toca el corazón

y sabe que aún sobreviviente ya no es él, ni siquiera
girando el tambor de su pistola o de un recuerdo
moribundo. El de erráticos arranques, con sus bromas

vocingleras, piensa desde entonces y siempre
sin remanso, trascribiendo a control remoto
este presentimiento: el asma de su discordia

ya tuvo una infancia demolida y contra él mismo
vuelve a echar la venganza de esa iniquidad
incitando las batallas de su alma a una aspereza injusta.

Callos de la suerte, después surcos, billetes
suspendidos en la niebla, una pericia policial.
Perro peripecia errando por todos los costados

del fracaso, sí, hay un cielo que tumbar, pero
¿cuándo y para qué? Fue en enero, en ese mes
ladrón de sol y noches sin anestesia. Tres tristezas

le bastaron como imagen del mundo. Ahora
muerto el ángel turbulento y sus amantes
se van de aguas a un bar de espejos redimidos.


MARIO SANTIAGO
EL ÁNGEL EN LAS PELUSAS DE LA NOCHE

Aquí está el poeta surgido quién sabe de qué oscuro vientre
M. S.
Echado entre sus libros, con una fractura en la clavícula,
Mario se ve rodando por los escalones de mármol
del palacio de Bellas Artes: ganosa, gansosa de un crimen

de letras, la poesía mexicana se defiende. Una navaja
reluce bajo el solemne faro de su fama y el agridulce autista
es expulsado por su lengua de Pachuco saltando entre

las mesas del Blanquita, como habría hecho Tin Tan o Marcos
sin pasamontañas. Aspira pegamento en una bolsa bajo
el consuelo de la luna cuernilarga, meciéndose en una cúpula

radiante: el símbolo que estorba en esa arquitectura sin revés.
Le aburre el entramado simétrico del techo, él hubiera
preferido un caos de telaraña. Piensa en Euclides, según

la venganza de Harry Martinson, midiendo las losetas cuadradas
del infierno, “el país plano de la maldad”. ¿No existe acaso
ese país, el padre que elige la coartada de la ausencia o del pasado

para negar al poeta renacuajo -mezcla de perro venusino
& caracol marciano-, su lengua de carnales y rascuaches?
Estuches de casetes dispersos son vagones de un tren

descarrilado, la liebre desinflada del colchón al centro
de la sala, paredes enchapadas de madera y un pino
raquítico creciendo en un barril de la azotea. ¿Morrison

o Jagger?, husmean los lobos penitentes en las pelusas
de la noche. No en el techo, sino en el vacío que arruma
una guitarra, como una religión, Mario raspa el aire:

al estallar el verso un lustrabotas cruza la amplia aduana
de la divinidad. En esa danza travestida del albur gotean
el mezcal y su gusano, hay hornacinas art nouveau

de yeso -¿para poetas premiados, aplaudidos, becados
por la revolución?- y ladra el perro de la Virgen Anaranjada
antes de correr por las paredes como un motociclista

de circo. La mansedumbre en una nube, esa concreta
noche de Tepito: smog, escarcha, ríos de sandía.
Vibra el piso de madera ante el paso de un avión,

es el pequeño dije que se cuela por los trazos
de su lapicero sobre un cuaderno de caligrafía: así
emergen sus poemas hijas drogas del drogo de quien

viene, las migajas-hoguera de su pan galáctico,
rayando, subrayando a la pantera que de un salto
desciende de un camión antes de cruzar el aro de la noche

striptisera. El ojo -y la lengua- atrapados en esa trampa
urbana no pasan por el adn ceremonial de la poesía
mexicana. Ergo: alguien, sobra y sombra, histrión de hueso

sobre hueso, en la lerda Enciclopedia de la Amnesia
no registrará jamás el ácido semen de su nombre.
Un patrullero brama en la ciudad donde el haikú

se graba en la enyesada pierna, menos que luciérnagas
afuera brillan el vidrio y la navaja. ¿Tiene caso
despachar del alma otro sentido? El amoroso desmadrado

recuerda a la muchacha que fue rastreando desde
el metro de París hasta un kibutz de Hebrón, pero antes,
y en su nombre, bajo las exactas campanas de Viena,

escribió prolijos expedientes para una potencia
de la Guerra Fría. Ángeles de pulquería, las moscas
de su sueño se duplican, estorba el signo en la clavícula

pagana, otro hueso, otra espina renuevan su belleza
en esa playa donde la espuma es la escritura inútil
que se lame de la misma nostalgia: un beso eterno.

Cómo interpretar una poética de rasurar tunales, qué
engranaje del discurso muerde el corazón de Wirikuta:
la gorda madona mercantil (&), la cifra (1) que refunde

el sexo del artículo, el verbo tromba en las ovejas
ramoneando su lanuda suerte en el último arroyo de Tlalpan.
Entras en su patria y es el zaguán de los milagros invertidos,

maya trascribiendo el Ciclo Incierto de la Transa
y la evasión masiva por las púas (/) de Tijuana,
cuádruples puntos (::) en el lampiño coyote de la migra.

El grado cero paradero en el pronóstico sin tiempo.
Mario Santiago, hay veces que la tierra se sacude
las escamas y las nuevas pirámides se caen, naipes

de Tarot aplastados por la planta de un gigante, pasa
el huracán con su antifaz de narco y en la luna calva
de la Guadalupe montas a pelo el cráter del volcán.

Cero pues a la hora del incendio. El dolor ha rebrotado
mientras la arquera Diana, en la azotea, oxida sus senos
de forjado hierro en la puerta del inmóvil ascensor

desde los tiempos de Zapata, salta el polvo tras el bote
de una pelota de básket y zapatean los muchachos
vigorosamente, cantando alrededor del pino: “en mi

metro cuadrado no se mete nadie, estamos bailando
mi tragedia y yo”. Y las hojas de afeitar (azules,
descartables) reposan en el húmedo musgo de la ducha,

chapas de cerveza ruedan como los dados ruidosos
del Señor mientras el sobreviviente agradecido se faja
lentamente el hombro chivo de las expiaciones donde

la poesía mexicana ha blandido el sonoro mazazo
de la mafia. Agradecido de vivir, no de escribir, de no ser
electroshockeado/como su carnal más chavo, se siente

madre de su madre (el poeta abuela del venado),
arrumando cuadernos de blasfemias, donde su mirada
de alacrán o colibrí lava a la peña soledad de los ácidos

chubascos. En esa azotea de un palacio colonial, maniquíes
y puestos de comida al paso/al peso notarías, hay otra
diosa en la escalera de piedra, sudada, renegrida, cables

de luz son el tejido muscular en la botella de formol, otros
casetes -más himnos de Lou Reed- y menudos conejos
que olisquean lo que siempre dejas, Mario, hebras de tabaco

en los bolsillos, una sonrisa invicta y escogidas frases de la burla.
También la luna como bola de billar que traza una impecable
curva en el paño del desierto. Y en ese corazón la muerte no entra.


(Lima 1999-2008)



miércoles, 23 de abril de 2008

¿CENSURA, COPAMIENTO, MANIPULACIÓN?

EL CIERRE DE MAPAMUNDI Y VANO OFICIO

Por Alfredo Pita
Llegan del Perú noticias alarmantes sobre la divulgación cultural en la televisión nacional, divulgación que ya era pobre antes y que ahora amenaza sencillamente con desaparecer.
Hace un par de semanas se informó de la supresión, en el estatal Canal 7, del programa Mapamundi, de Guillermo Giacosa. Era un programa que intentaba educar al público, desarrollar su conciencia crítica, ilustrar la marcha del Perú y el mundo, alertar sobre los riesgos y catástrofes que nos amenazan, señalar en ciertos casos la acción nefasta para la Tierra de las potencias irresponsables y criminales que moldean el presente y el futuro de la humanidad. Era un programa de lujo.
Además de manejar una pluma elegante y accesible, Giacosa, el más peruano de los argentinos, como lo llaman algunos en Lima (con el afecto con que en una época se hablaba en Buenos Aires de Hugo Guerrero Marthineitz, el Negro, "el peruano parlanchin"), es un excelente comentarista de la escena local y mundial. Es alguien que con gran sensibilidad y responsabilidad cívica ha hecho en la televisión, y sigue haciendo en la prensa, felizmente, un trabajo de divulgación ejemplar a partir de fuentes de información inaccesibles para la mayoría de peruanos,
El programa de Giacosa, en el casi desierto que para la cultura y la reflexión es hoy la televisión peruana (déjenme ser reiterativo), era pues un espacio esencial, imprescindible, vital diría sin miedo a exagerar, en nuestro triste panorama televisivo. Un plumazo burocrático lo ha borrado arguyendo peregrinamente que ahora Canal 7 necesita ahorrar.
Y ahora llega otra noticia lamentable. El programa literario Vano Oficio, del escritor Iván Thays, ha sido también suprimido esgrimiendo el mismo vacuo argumento.
Esto es más que un escándalo. En el caso de Giacosa, su programa le costaba al canal del estado la "astronómica" suma de... ¡7.000 soles! Y en el del espacio literario de Thays, el costo era tan mínimo que bien se podía decir, según algunas fuentes, que el conductor lo financiaba con su bolsillo.
El señor Iván Thays nunca fue santo de mi devoción. Lo conocí en 1999 en un encuentro de escritores que se realizó en Cusco, donde nos presentaron y tuvimos ocasión de dialogar, mal que bien, un poco. Luego nos hemos encontrado en otros lugares y cada vez él ha fingido no conocerme.
En Cusco, Thays promocionaba, junto con un amigo generacional suyo, su opción literaria, basada, creo, en la exploración de la vanidad, el ensimismamiento de los individuos y una feroz guerrita contra el "realismo" de la narrativa peruana. Esto nos hizo sin duda sonreír a algunos aquella vez, lo que explicaría sus posteriores actitudes hacia mí. Además, en 2005, en el congreso de narradores de Madrid, Thays fue quien recomendó a los escritores andinos imitar a Dina Paucar e irse a triunfar al Coliseo Nacional. Otro infantilismo, digamos.
Esto sin embargo no me impide reconocer que su labor en Canal 7, por discutible que fuera (muchos le reclamaban más apertura y pluralidad), ha sido un esfuerzo meritorio por llevar el libro y la escritura a los hogares peruanos; un intento notable por llevar el mundo de la literatura y la creatividad a un buen sector de nuestra ciudadanía, hoy más que nunca divorciada de la cultura por la tiranía de la ignorancia, la estolidez, la manipulación y la chabacanería que se han impuesto en nuestra televisión.
Los que sostienen que Canal 7 es un canal del estado y no un canal gubernamental, tienen toda la razón. La supresión de los programas de Giacosa y Thays ilustra, en forma alarmante, una política deliberada de recortar todo espacio a la información cultural. Sabido es que la cultura enriquece a las personas no sólo porque las prepara para el goce estético sino porque, fundamentalmente, las capacita para la critica, para una participación cívica superior. Esto al parecer perturba y enoja a algunas personas que detentan el poder en el Perú de hoy, a gente que ha decidido jugar a los "maquiavelos con carnet", con las consecuencias que ya vemos.
Protesto enérgicamente por estos actos antidemocráticos y de lesa cultura.
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martes, 1 de abril de 2008

LIBERTAD PARA MELISSA PATIÑO

CARTA AL MINISTRO DEL INTERIOR

París, 30 de marzo de 2008

Señor Ministro del Interior:
Desde hace más de un mes, la joven estudiante y poeta Melissa Patiño se encuentra en la cárcel acusada vagamente de planear complots contra la seguridad de las cumbres diversas que este año van a realizarse en el Perú y también, al parecer, contra el orden democrático y la seguridad del Estado.
Las autoridades que han ordenado su detención, y me dirijo en primer lugar a usted, señor Ministro del Interior, no han aportado al conocimiento de la opinión pública la menor prueba que justifique el tratamiento que está recibiendo Melissa Patiño, quien está actualmente, me informan, en un pabellón para delincuentes comunes.
Esto es inaceptable, pues todo parece indicar que las acusaciones contra ella no pasan de ser un delirio exagerado, además de una flagrante violación de los más elementales derechos humanos.
Las autoridades del Perú, junto con velar por el respeto de los derechos humanos, deberían proteger la imagen que dan del país y ésta no gana encarcelando, sin pruebas, a poetas casi adolescentes.
Hoy tenemos que, en el Perú, se puede encarcelar a alguien por más de un mes sin más razones que vagas sospechas. Se acusa de terrorismo a alguien que no pasaría de ser una joven idealista con suerte (o mala suerte, según como se vea). Según sus propias explicaciones de joven estudiante, su viaje a Ecuador habría sido más fruto del azar que un deliberado empeño de ir a una cita política, puesto que ni siquiera milita.
En todo caso, el tener ideas determinadas, el acudir a eventos culturales, e incluso políticos, ¿es ahora un delito en el Perú? No quisiera generalizar, pero este tipo de excesos se emparentan extrañamente con el macartismo, y, si permitimos que esto prolifere en el país, mañana nadie estará a salvo de la caza de brujas.
Libertad para la estudiante y poeta Melissa Patiño.

Alfredo Pita
Dni 06519037
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