lunes, 22 de septiembre de 2014

LA NUEVA NOVELA: RECORTES

lunes, 8 de septiembre de 2014

LA NUEVA NOVELA: PRENSA PERUANA

Diario UNO, Lima, 31 de agosto de 2014


“Creo en los procesos de exorcismo
que uno puede practicar
en sí mismo”

Marco Fernández
Redacción

La más reciente novela de Alfredo Pita, El rincón de los muertos (Textual, 2014), tiene como título la traducción en español de Ayacucho, ciudad peruana cuyo nombre es referente del esplendor de la música, entre otras artes, pero que también recuerda “un sentimiento genuino de terror y de espanto”.

El autor de Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final, considera que “alguna gente piensa que olvidar es sano”, pero él opina todo lo contrario: “Tirar la basura bajo la alfombra es lo peor que podemos hacer, siempre”.
Y así es. Ayacucho, donde se vivió con mayor intensidad el fenómeno de la violencia de los grupos armados, estatales o no, desde la aparición del MRTA y Sendero Luminoso, lleva en su nombre un sino fatal.
Alfredo Pita
El libro está dedicado a su padre, a quien le prometió escribirlo, y a los amigos de martirio en Uchuraccay. “Los hechos dramáticos de la historia transcurren en 1991, o sea prácticamente ocho años después de Uchuraccay, pero la tragedia continuaba y necesariamente Uchuraccay está en el telón de fondo”, refiere.

—¿Cómo así prometió a su padre este libro?

—Hablando de mis planes de escritura, en algún momento, le dije que iba a escribir seguramente de Ayacucho, porque era un tema que me obsesionaba, y él me dijo “Creo que es un deber para ti, es un deber que tú tienes porque has sido testigo. Escríbelo cuanto antes”. Y yo se lo prometí, pero no lo terminé hasta ahora.

—Hábleme del narrador, el periodista, de su novela…

—Se llama Vicente Blanco y es español. Llega a Ayacucho en 1991 a conocer el horror, pero no lo piensa así. Llega a conocer y a reportear esta guerra de la que se habla tanto en Europa y que le fascina incluso a mucha gente. Una guerra que ha sido lanzada en el Perú por un grupo extraño y misterioso que tiene el nombre de Sendero Luminoso. Muchos periodistas como él llegan en esa época al Perú y llegan a entender rápidamente que se trata de una guerra demente que en las circunstancias del Perú de esa época solamente pudo tener los efectos que tuvo: la locura llamando a la locura en medio de un país violento e injusto lleno de desigualdades y frustraciones. En el momento que llega Vicente Blanco, somos una especie de rompecabezas muy difícil de entender, pero fascinante.

—¿Por qué el narrador tiene que ser un europeo y no un peruano? ¿Cómo eligió a un narrador tan distante?

—Es una pregunta de cajón para la que no me he preparado, pero te respondo con honestidad. Yo estuve en Ayacucho el año 83, poco después de Uchuraccay, y una de las cosas que me dio esas semanas de reportaje fue mi situación de total orfandad cultural para acercarme realmente a lo que estaba pasando. ¿Y qué me faltaba, si yo era un peruano, un provinciano, un cajamarquino? ¿Te imaginas a un limeño, a un costeño? Uno de los dramas del Perú es ese, somos un país multicultural al que los mismos peruanos nos acercamos con dificultad.

—A veces nos sentimos extranjeros dentro de nuestra propia tierra…

—Es ese sentimiento: un peruano que va a contar algo sobre Ayacucho tiene una obligación de fidelidad que su propia condición de peruano le impide concretar. Entonces, yo opté porque mi narrador fuese distante y, de algún modo, “inocente”, sin conocimientos y sin culpa ni prejuicios. Que no llegase a Ayacucho a despreciar ni a sentirse culpable, que llegase simplemente a entender, y eso a un peruano de mi época el drama de Ayacucho no se lo permitía fácilmente. Creo que esa es una de las razones por las que opto por mi narrador extranjero que cuenta su historia en primera persona.

—Han pasado 30 años más o menos para verla publicada… 

—Esta novela la comencé a escribir hace doce o trece años y la interrumpí en la primera fase de escritura porque comenzaron a salir una serie de libros sobre la violencia y me pareció, y quién sabe si me he equivocado, que en ese momento se convertía en moda, que había una especie de tendencia a acercarse a la violencia y a la tragedia que había sido Ayacucho con una especie de exotismo y un cierto aprovechamiento. Entonces detuve la escritura de la novela, hacia el año 2004, y he escrito otras cosas mientras tanto. Hace dos o tres años volví a la escritura de la novela.

—¿Qué aporta esta novela en comparación a otras que abordan el tema?

— Es una pregunta muy difícil de responder. Yo no sé si aporte algo, simplemente me permite a mí cumplir con un proceso necesario de extirpación: la extirpación del mal. Yo he sido testigo del mal; he visto cadáveres todos los días que estuve allá reporteando; he visto los efectos devastadores de la violencia ayacuchana en la sociedad peruana de los ‘80; he visto el dislocamiento no solamente de lo que era la sociedad peruana, sino de lo que era lo mejor de la sociedad peruana de aquella época: el movimiento popular. A comienzos de los años ‘80, el movimiento popular peruano no solamente estaba en auge, sino que era una real posibilidad de un proyecto político. Lo que consiguió la insurrección maoísta fue entronizar en el poder a un grupo de militares fascistas y corruptos que gobernaron junto a Fujimori y que nos han dejado el Perú que estamos viviendo y que es el Perú de antes, solamente que más inicuo, porque cierra cada vez más toda posibilidad de revuelta, de reivindicación, de desarrollo de proyectos políticos populares viables. Entonces, testigo del mal y escritor de ficciones, yo no me podía dedicar tranquilo a otros temas teniendo en mí lo que había visto.

—¿Y ha conseguido extirpar el mal?

—Yo creo que el mal no se extirpa fácilmente, que no se limpia uno completamente, pero creo en los procesos de exorcismo que uno puede practicar en sí mismo, y creo también en los procesos de exorcismo y salvación que las sociedades deberían practicar colectivamente para librarse de las tragedias que las condenan, que les imponen destinos inviables. Yo amo apasionadamente al Perú. Cuando vengo, tan pronto como puedo, me voy al norte, a Celendín (su tierra natal); pero ya sea en Lima o en Celendín, encuentro con objetividad que la incultura y la corrupción que nos gobiernan tienen los mismos efectos. Si en Lima roba el alcalde, en Celendín también, y allí el alcalde destruye la ciudad. Me parece que desde lejos, observándolo al Perú con amor, veo las cosas terribles que lo hacen inviable, una de ellas es el gran desprecio social y otra la incultura que nos imponen. Casi pareciera que es una cosa planificada.

Tres tristes epígrafes


Son tres los epígrafes del libro: uno del Apocalipsis, una paráfrasis de una de las expresiones de Jesús en la cruz, y otra de Juan Luis Cipriani, donde el entonces arzobispo de Ayacucho dice: “… la Coordinadora de Derechos Humanos, esa cojudez”.
“No ha sido muy conscientemente deliberado, pero ahora que lo dices creo que hay un encadenamiento lógico y una cierta armonía en la evocación del horror y de la maldad cuando revisten el discurso religioso”, dice Pita.
Incluso Vladimir Yankelevich, a quien pertenece el segundo epígrafe, refiere en modo inverso un pasaje bíblico de Cristo en la cruz: “Señor, no los perdones porque ellos saben lo que hacen”.

jueves, 28 de agosto de 2014

LA NUEVA NOVELA: PRENSA INTERNACIONAL

Alfredo Pita novela
la guerra en Perú en
El rincón de los muertos

Agencia EFE

David Blanco Bonilla
Lima, 21 ago.- El horror de la guerra que asoló a Perú en las últimas décadas del siglo pasado es descubierto por un periodista español en las alturas andinas de Ayacucho en "El rincón de los muertos", la nueva novela del escritor Alfredo Pita.
Ganador en 1999 del Premio Internacional de Novela Las Dos Orillas con su novela "El Cazador Ausente" (1994), Pita relata en casi 500 páginas la travesía de descubrimiento del español Vicente Blanco, quien en 1991 llega a Ayacucho, donde traba amistad con dos colegas peruanos.
Textual Editores, Lima, 2014.
El autor, quien reside desde hace tres décadas en Francia, declaró a Efe que empezó a escribir esta obra a partir de "materiales que tenía de antes", ya que estuvo en Ayacucho como periodista en 1983, el mismo año de la masacre de Uchuracchay, en la que fueron asesinados ocho colegas, dos de los cuales eran amigos suyos.
"Ayacucho, después de mi experiencia de 1983, nunca me ha abandonado, ha sido una especie de herida o de cosa extraña que ha quedado dentro de mí, supurando y no dejándome vivir plenamente, por las razones entendibles: la pérdida de los amigos, los cadáveres de extraños que he visto en esa época", señaló.
Esta visión que le dio la guerra y la implacable realidad de la muerte le impusieron al escritor "una obligatoriedad moral, en el testimonio de que si has visto algo no tienes derecho a callar".
"Para la gente que quería ver, que era mi caso, las cosas estaban clarísimas: había empezado un proceso de guerra sucia, que se había ya lanzado, Uchuraccay no era más que el primer botón de lo que se venía y ese proceso era evidente que se iba a embalar en forma exponencial", remarcó.
Durante el proceso de escritura de su novela, publicada en Lima por el sello editorial Textual, Pita tuvo que enfrentar "las enormes dificultades de una realidad complejísima para los ayacuchanos mismos" y fue por ese motivo que decidió crear un narrador que pasara por un proceso "de iniciación y de descubrimiento" que le permitiera "hablar de Perú y sus contradicciones."
Vicente Blanco, su personaje, es español "por la identidad cultural, que de todas maneras existe, la cuestión del lenguaje, y además la verosimilitud de su interés cultural, político", explicó.
En la novela, tras pasar unos días en Lima, el periodista parte a Ayacucho, donde se relaciona con dos reporteros, a los que busca por recomendación de un amigo peruano que reside en París, y con los que afronta una guerra que por esos años era prácticamente invisible.
"Es un viaje de descubrimiento de la complejidad del horror", acotó Pita antes de decir que el protagonista "se encuentra con que la guerra en Ayacucho es una guerra casi invisible, que se da en la oscuridad de la noche, que las víctimas no son soldados, que están las barreras del idioma, del desprecio social."
"Mi protagonista se acerca a Ayacucho en 1991 para presenciar prácticamente los últimos coletazos de la resistencia informativa, no me había propuesto al comienzo hacer una novela de periodistas, pero me he dado cuenta, acabándola, que he hecho una novela de reporteros", dijo.
Pita, que en Perú es considerado un autor de culto, reconoció que las buenas críticas que está recibiendo su nueva obra le producen "un sentimiento muy grato" ya que, en su caso, está "acostumbrado a la receptividad limitada o a una especie de aceptación a regañadientes" que su trabajo anterior ha tenido.
"Creo que estamos en un momento de liberación de medios, que están en este momento creándose y recreándose, ya no hay los grandes autorizadores, el gran periódico, el gran suplemento que dictamina, creo que es un momento de liberación del creador y es también un momento de emancipación del lector", comentó.
Alfredo Pita, nacido en Celendín, en el norte de Perú, también es autor de los libros de cuentos "Y de pronto anochece" (1987), "Morituri" (1991) y "Extraños frutos" (2010), de los poemarios "Hacia los valles" (1966) y "Sandalias del viento" (1995), del libro para niños "Un pequeño capitán" (2002) y del libro de memorias "Días de sol y silencio. Arguedas: el tiempo final".

 21/08/2014

viernes, 15 de agosto de 2014

EL RINCÓN DE LOS MUERTOS: LA REPÚBLICA

La República, Revista Domingo, Entrevista
Lima, domingo 10 de agosto de 2014
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 La violencia vuelve a acechar
con otros ropajes
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Alfredo Pita.

Alfredo Pita. Escritor y periodista. Nació en Celendín en 1948. Ha publicado cuentos y poesía. Vive en París y trabaja para la agencia AFP. Con el nuevo sello 'Textual' ha presentado su novela El rincón de los muertos.

Gabriela Wiener     
Han pasado 31 años desde la masacre de Uchuraccay y más de veinte años desde el cenit de la dictadura de Fujimori y Montesinos. En la bisagra de esos dos hechos se encuentra El rincón de los muertos, la nueva novela de Alfredo Pita, cuya escritura empezó hace diez años pero que suspendió cuando hacer ficción sobre la violencia se puso casi de moda. ¿Por qué ahora? “Poco a poco asumí que era tal vez necesario, que el Perú no había cambiado gran cosa desde la guerra interna y que había que seguir combatiendo el mal, exorcizándolo. Por eso sale ahora, porque pienso que la literatura puede contribuir, a su modo, al proceso de sanación. Al Perú hay que seguir contándole la violencia, cómo nace, cómo se desarrolla, para que no vuelva, para que se vaya, porque me parece que de nuevo acecha, con otros ropajes”.

Hay algunas similitudes entre el periodista Rafael Pereyra y tu propia biografía —como el hecho de haber sido enviado a Uchuraccay poco después de la masacre—, ¿qué tanto de reconstrucción y de memoria hay en la base de El rincón de los muertos? 
Yo soy un escritor que escribe lo que quiere, pero que lo hace como puede, verdad de Perogrullo. En el empeño uso todos mis recursos, incluida la memoria. En El rincón de los muertos parto de hechos reales, pero para triturarlos, para usarlos como materia prima de la ficción. He escrito una novela, no un libro de recuerdos ni un ensayo. Por supuesto, en mi relato hay ideas y convicciones que me son propias en algunos casos, pero no en todos. Hay muchas voces, y a veces muy discordantes.

¿Qué opinión te merece la creación de espacios como el Lugar de la Memoria, en Lima, que intentan crear un espíritu de reconciliación?   
Un memorial para recordar a las víctimas de un conflicto solo puede ser levantado por una sociedad que ha madurado y se ha alzado por encima de sus miserias. El Perú no ha hecho este trabajo, aquí sigue reinando la violencia, en particular la ejercida por los poderosos y por el Estado contra sectores de la población. Nunca como ahora la verdad ha estado tan enajenada, tan expropiada. Pienso en Cajamarca, en gente como Máxima Chaupe y su familia, en los miles de campesinos que ellos representan. ¿Dijiste espíritu de reconciliación?

Como escritor cajamarquino radicado en París, ¿de dónde te sientes más?    
Vivir en el extranjero te reafirma en tu identidad. En mi caso, en París me siento mucho más peruano, cajamarquino, celendino, y hasta escritor, que en Lima. Debe ser por rechazo a la alienación y despersonalización, que siempre amenazan. Uno ve con más facilidad lo esencial, en uno mismo, en los otros.

¿Cuál es tu posición frente al centralismo de Lima, metrópolis supuesta de nuestra literatura?
¿Lima, metrópolis literaria? ¿Qué decirte? No sé cuál es la proporción de escritores limeños y provincianos que ejercen su oficio en el Perú, pero es seguro que la mayoría está en Lima, que sigue siendo hasta ahora el centro de la cultura oficial, una cultura indigente hay que decirlo. En el Perú hay un Ministerio de Cultura, pero el Presidente lo ignora en sus balances. Ahí está dicho todo.

¿No has notado cambios en Lima durante los últimos años?
En realidad no hay que expatriarse para saber que Lima, aún invadida por la masa de provincianos que la ha trastocado, sigue fiel a sí misma, ejerciendo un centralismo asfixiante, una hegemonía que es una maldición para el país. Lima fue capital colonial y sigue comportándose como tal. ¿Debo recordarte que un candidato elegido por el pueblo de izquierda puede ser transformado en dos meses, por Lima, en pelele de las transnacionales como la Newmont o la Telefónica?

Parece que por fin se ha superado la vieja gresca entre “andinos” y “criollos”.
¿Estás segura de que ha sido superada? Lo que ha ocurrido, me parece, es que las condiciones han cambiado. Los señoritos que reinaban en la Lima letrada desde las redacciones de los viejos periódicos ahora están jubilados de sus ímpetus hegemonistas, mientras que los muchachos provincianos que reclamaban espacios ahora se los están inventando.
¿En qué bando estabas tú?
Mis simpatías, por supuesto, en la folclórica polémica, estuvo con los provincianos, pese a que tenía algunos amigos entre los criollos.

¿Cuál crees que es o debería ser ahora mismo el tema de debate principal entre los escritores peruanos?
Los escritores peruanos deberían concentrarse en desarrollar proyectos personales, abandonar todo cálculo y espíritu de capilla y, por supuesto, consolidar el reciente fenómeno de creación de editoriales independientes que se da entre nosotros. Es la única salida. La tecnología y la comunicación lo autorizan y lo permiten, ¿que más pedir?

¿Crees que los periodistas peruanos han estado a la altura de la verdad histórica?
Sí, en particular ciertos periodistas que se compraron el pleito de la búsqueda de la verdad corriendo todos los riesgos. No me lo propuse en forma consciente, pero al terminar el libro debí reconocer que había escrito una novela de homenaje a ciertos reporteros. Creo que el Perú le debe justicia a periodistas como Luis Morales, a Eduardo de la Piniella, a Pedro Sánchez, a los otros mártires de Uchuraccay, a Jaime Ayala. ¿Te parece normal que hoy sea Ministro del Interior un militar comprendido en la investigación por el asesinato de Hugo Bustíos, reportero tiroteado y volado con dinamita?

Completamente anormal y escandaloso. La figura del arzobispo de Ayacucho, Crispín, en la novela, también da cuenta del rol no siempre virtuoso de la Iglesia durante el conflicto. ¿Algún día seremos un estado laico?
Ojalá. Pero eso no viene solo. El Perú ultracatólico, con procesiones masivas y presidentes con hábito morado y besando el anillo del cardenal, es otro remanente del orden colonial. Ahora, una cosa es la Iglesia como institución y otra el espíritu de solidaridad que anida en su base. Pienso en el padre Gutiérrez, en el padre Arana que luchan por un mundo mejor. Pero son una minoría. Por el momento los negros gallinazos siguen volando sobre las torres de la Catedral de Lima.

viernes, 4 de julio de 2014

MASACRE EN CELENDÍN: 2do ANIVERSARIO

AUSENTE

Amanece una vez más
El sol barre las calles del pueblo
Y se mete a la fuerza en la casa
Donde vivimos con tu ausencia
Tu mujer se ha ido al mercado
A ver qué puede comprar con centavos
Ella ya no dice tu nombre
Para no ahogarse, para vivir
Tus hijos también callan
Pero preguntan por ti, sin palabras
Han salido para la escuela, como tú en un tiempo
Pero qué maestro va a enseñarles a sonreír
La vecina quiere hablar, pero no sabe qué decir
Tristeza, tristeza, suspira y se va, contrita
Yo cierro la puerta y voy al patio
Donde me esperan, y bailan
En silencio, el sol, tu nombre y tu sombra

Alfredo Pita
3 de julio 2014

viernes, 18 de abril de 2014

PARA LOS QUE NOS ENSEÑAN

GUARDIANES DE LAS LAGUNAS

Nos hemos levantado con la lluvia,
Tras haber dormido sin cerrar los ojos,
Para contemplar el mundo, la heredad.

Nos hemos levantado en la montaña,
Donde duermen Dios, su dolor y el nuestro,
Para llenar nuestros ojos de fuerza y de luz.

Nos hemos levantado para ver el cerco,
Los sicarios enviados por nuestros enemigos
Para arrancar nuestra piel, para roer nuestros huesos.

Nos hemos levantado en la mañana final,
Para vivir este largo día en que lo dejaremos todo
En defensa de la vida y de nuestros hijos.

Nos hemos levantado en la montaña,
Bendecidos por la sangre de nuestros hermanos,
Para enfrentar a los cuervos y sus balas.

Alfredo Pita
Viernes Santo de 2014


Lluvia al amanecer, alturas de Conga, primeros días de abril de 2014. Los heroicos guardianes de las lagunas cajamarquinos resisten en condiciones inhumanas la imposición de la megaminería en la zona.



lunes, 1 de abril de 2013

UNA NOVELA SOBRE LA VIOLENCIA Y AYACUCHO

LA VOZ DE LA CALLE, No 219. Trujillo, 8 de marzo 2013.
Esta es una versión ampliada de la entrevista que hace poco publicó el diario capitalino La Primera. Ante nuestro pedido, la entrevistadora, la periodista Gloria Cáceres, nos ha autorizado a publicarla, lo que le agradecemos, pues consideramos que es de mucho interés para nuestros lectores (CBL).

“UNA NOVELA QUE DEBÍA A MIS
 MUERTOS Y A MÍ MISMO”

Por Gloria Cáceres V. 
Hace unos días, la emisora francesa Radio Paris Pluriel entrevistó al reconocido escritor peruano Alfredo Pita para tratar temas de su trayectoria y obra. Pita habló con libertad y solvencia de su narrativa y sus temas principales, del trabajo de lenguaje que realiza, de cómo surgen sus historias, etc., pero también de la amistad que tuvo con escritores de la trascendencia de José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro, así como con artistas peruanos que siguen viviendo en Europa, como el pintor Herman Braun.

Un tema que también se abordó fue el compromiso del escritor con la sociedad. Pita dijo que un escritor, como cualquier artista, necesita libertad plena para crear, pero que esto, al menos en su caso, no lo aleja de su condición de ciudadano. “La figura del escritor revolucionario tiende a desaparecer, felizmente”, dijo, pero a la vez indicó que le parecía “una desgracia que el artista se exonere de una participación cívica en la sociedad”. En el Perú de hoy, subrayó, “hay que luchar contra la destrucción de la naturaleza en vastas regiones del país y contra la destrucción de la democracia por los timadores y estafadores que tenemos como autoridades”.

UNA NOVELA SOBRE LA VIOLENCIA

Uno de los entrevistadores, el profesor Abraham Prudencio, se refirió a su trabajo literario actual y le preguntó si no tenía “alguna primicia”. Alfredo Pita anunció que ha terminado una novela cuya historia transcurre en Ayacucho, en pleno conflicto interno. Esto es una gran noticia para sus lectores, ya que en los últimos años el escritor cajamarquino sólo ha publicado libros de cuentos y memorias. En razón de esto, lo hemos buscado para que nos hable de su nueva novela y otros temas.
—¿Su compromiso ciudadano explica su activismo antiminero?

—No soy antiminero por las puras. Estoy contra la real y probada destrucción de las fuentes de agua y del marco de vida de la gente. En esta medida acompaño de todo corazón la lucha de mi pueblo, Celendín, en Cajamarca, contra el proyecto Conga, en vista de que el gobierno ha optado por convalidar la acción criminal de la mina.
—Su visión del compromiso ciudadano tiene poco que ver con la antigua noción del “arte comprometido”…

—No tiene nada que ver. Esa noción era una invitación al arte mediocre. La única obligación artística que debe tener un escritor es escribir bien.
—¿Qué le ha motivado a tocar en su libro el tema de la violencia?

—Bueno, son muchos los motivos que tengo. Estuve en la zona de Ayacucho en 1983, reemplazando a uno de los periodistas asesinados en Uchuraccay. En las semanas que pasé en el lugar vi muchos cadáveres, por lo que el drama de la violencia interna lo he llevado siempre en mí, como posible tema para un libro, como una deuda para con mis colegas muertos y para conmigo mismo.
—Otros ya han tocado el tema e incluso piensan que está agotado.

—Pues se equivocan. Pese a lo ya publicado, los años de la violencia apenas comienzan a ser tratados. Vendrán más libros y más historias. Muchas cosas están por decirse.
—¿Podría darnos un adelanto sobre su novela?

—Es la historia de un periodista que llega a Ayacucho en 1991 para intentar un gran reportaje y que busca entender la mecánica de la guerra sucia que se daba allí.
—¿Su actuación como periodista en los días de Uchuraccay, de alguna forma le ha dado elementos para su novela?

—Uchuraccay está presente en la historia, pero como parte de un telón de fondo. El relato es un lento viaje en los meandros culturales que esconden la realidad social peruana y explican la violencia. Para un peruano, limeño o no, entender Ayacucho en esos años era difícil. Había que ser ayacuchano para comprender lo que allí ocurría. Para subrayar esta distancia, mi personaje es un extranjero algo anarquista y sin prejuicios.
—La violencia en Ayacucho, ¿cómo la aborda?

—Es difícil responder a esto. He intentado recrear el horror cometido contra los individuos, pero buscando también un diapasón para la tragedia colectiva.
—¿Cuánto tiempo te tomó la redacción de su novela?

—Empecé a escribirla hace diez años, pero la interrumpí.
—¿Por qué…?

—Por lo que has dicho, había mucha gente publicando sobre Ayacucho. No quería aparecer como un escritor oportunista que se aprovecha de un tema de moda.
—¿Cuál es el título del libro?

—Ya lo verás cuando salga. El manuscrito lo he trabajado bajo el título de 1991, la Batalla de Ayacucho, pero no sé si será el título definitivo.
—¿La va a publicar en Lima, en España o en París?

—La voy a publicar en Europa, seguro, pero quisiera que salga pronto en el Perú. Para esto tengo que hallar el editor adecuado.
—¡Cómo así…, el editor adecuado!

—Necesito en Lima un editor que me pague un adelanto correcto. Necesito dinero para ayudar a los familiares y víctimas de la violencia que el Estado peruano ha desatado contra la población campesina de Cajamarca.
—Admiro su idea del compromiso ciudadano y su permanente cercanía, simpatía para con las víctimas. Para terminar, ¿invitaría a otros escritores a que se aúnan a su posición, a sus proyectos de ayuda?
—Esto es algo personal. Estamos en una época de mercadeo, poco propicia para que los artistas se piensen ciudadanos, pero no seamos pesimistas, hay algunos, y no son pocos, que sí lo hacen, que sí piensan en los demás, felizmente. No podemos pretender vivir en una sociedad democrática y civilizada si no luchamos por los derechos humanos y por los derechos de la naturaleza. Si queremos una vida digna para nosotros y nuestras familias, debemos luchar para que todos la tengan.